lunes, 25 de agosto de 2008

La chica sobre la nevera


Si como lector tienes  a gala  hincarle sólo el diente  a relatos con pedigree, a cuentos de esos que se restriegan compulsivamente las manos con una pastillita de jabón francés antes de cenar, acéptame una sugerencia: no te acerques a Etgar Keret. Porque si tu organismo sólo admite cuentos con la raya planchada, de los que ni locos meterían sus botas en un charco un día de lluvia o abrirían la ventana del gabinete de par en par, por temor a contaminarse de los cien mil males que acechan afuera,  no te va a gustar nada, pero nada, su libro. Y es que La chica sobre la nevera es un animal mestizo, un irresistible mil leches que te dispara con una metralleta de Geyperman sus tropecientos cuentos cortometraje, aliñados con viñetas de superhéroes cutres  de cómic pulp, zapeos televisivos e historietas contadas al ritmo alegre de un  spot publicitario.

Hacía tiempo que no me echaba al cuerpo un libro tan divertido y tierno, escrito con un desparpajo tal que a ratos hasta se te olvida el negrísimo telón de fondo de esa realidad, la del conflicto palestino-israelí, que permanece agazapada, como un monstruo torpe que asoma de vez en cuando la cabeza y les recuerda a los personajes que la vida no es, qué pena, un radiante video-clip ochentero. Con Keret una siente que forma parte de esa generación de adultos a medio cocer que suspiró durante años por  las mismas Adidas que lucían los niños de las series americanas, y que cuando al fin las consiguió, fue tan solo para constatar que no eran para tanto. Como los personajes de Keret una se enganchó a los Simpson en los primeros noventa y conservó, mientras pudo y aunque fuera heridos de polilla, a sus héroes de la infancia; por eso entiende la balada triste que estas páginas entonan en memoria del padre colosal convertido en anciano a los cincuenta, o en honor del hermano mayor que sucumbe a manos del matón del barrio o del mejor amigo que acaba estúpidamente sus días como oficial del ejército. Anima pensar, a estas alturas del partido, que alguien más creía que los sombreros de mago estaban habitados por conejos de una blancura fosforescente, que había en el planeta más niños tontorrones que suspiraban por marcharse con los trapecistas del circo, aunque les diera una pena infinita pasar junto a las pestilentes jaulas donde yacían atrapados monos y leones.

La edad adulta es la principal causa de mortandad infantil en el mundo, el amor desintegra, las madres, por imposible que pueda parecer, un día van y enferman de muerte, los ángeles de la guarda revientan contra la acera como bolsas de carne si te da por empujar sus cuerpos al vacío desde la azotea de un rascacielos. Muchas veces vives la realidad como una pesadilla, pero no sabes exactamente dónde queda el interruptor para encender la luz, o el botón de pause que congela la imagen del mundo por un rato. Querrías, casi siempre, poder emigrar a lo alto de una nevera, tener el culo calentito y mirarlo todo desde bien arriba y bien lejos, como desde la ventana de un torreón...
Si  eres de los que han asentido con la cabeza a todo lo expuesto en el último párrafo, ya tardas. Corre, corre a comprarte este libro. Vas a pasarlo teta.

P.D. La gran Luisa Miñana le ha dedicado una reseña a Pizzería Kamikaze, del mismo autor. Os pongo enlace a su blog, para que la disfrutéis. 



http://luisamr.blogspot.com/2008/08/pizzeria-kamikaze.html


La chica sobre la nevera
Etgar Keret
Lengua: CASTELLANO
Encuadernación: Tapa blanda
Editorial: Siruela
ISBN: 9788498410211
Nº Edición:1ª
Año de edición:2006
Plaza edición: BARCELONA
15.90€

sábado, 23 de agosto de 2008

Camiseta del mes


Virginia Lobo se merece una camiseta ya sólo por escribir Orlando... Así que me parece muy bien esta que puede encontrarse en en http://literaryrags.com/.


En la misma página uno puede hacerse con las citas y el careto serigrafiado del escritor de sus amores. Porque no todo va a ser merchandising de La guerra de las galaxias.

jueves, 14 de agosto de 2008

Maus. De ratones y gatos


Este cómic de Art Spiegelman está considerado unánimemente por la crítica como uno de los mejores de la historia. Fue un éxito de público, pero en paralelo también el prestigioso Pulitzer en 1992, una beca de la Fundación Guggenheim y dio lugar a una exposición en el Museo de Arte Moderno de Nueva York. Cuenta la historia de un superviviente de Auschwitz, Vladek Spiegelman, narrada a su hijo Art, el autor del libro. Vladek simboliza al hombre irremediablemente marcado por su pasado que recurre al flash-back para regresar al campo de concentración y narrar el horror vivido allí en una larga entrevista que mantiene con su hijo a lo largo del tiempo. A través de la mirada de este se traza un retrato de la figura paterna hoy, con sus pequeñas ruindades, su tacañería y el endiablado carácter que dificulta sus relaciones con los que le rodean. En Maus, Spiegelman va más allá del Holocausto para instalarse en la psicología del superviviente en un intento de deshacer la maraña de su relación paterno-filial, de la sombra de una madre suicida y del fantasma de un hermano santificado al que nunca conoció. Como peculiaridad, en Maus los personajes se muestran con rasgos faciales de animales; así, por ejemplo, los judíos son ratones y los nazis gatos (texto adaptado del dossier de prensa de la editorial).
Me lo compré el verano pasado y no pude soltarlo en los días que siguieron. Junto con la creación de un personaje lleno de claroscuros, el guapo muchacho-ratón Vladek de antes de la guerra que va convirtiéndose en un astuto superviviente empeñado en salir de Austchwitz con su familia y en un anciano susceptible y avaro, me gustaría destacar el firme pulso narrativo que Spiegelman mantiene durante toda su obra, intercalando hechos de la realidad histórica con pequeños detalles de la vida cotidiana en el periodo nazi. En sus páginas aparece una galería entera de personajes y multitud de historias entrecruzadas, de traiciones y amistades inquebrantables, de seres que van quedándose en el camino y no logran atravesar esa terrible puerta encabezada con el lema "El trabajo os hará libres". La charla entre Vladek y su hijo Art es el diálogo imposible de dos generaciones que se miran con recelo porque entre ambas existe una barrera hecha de huesos calcinados, de signaturas tatuadas, muertes y culpabilidades que no puede sortearse fácilmente. Art, a su manera, vive el Holocausto póstumo, las secuelas que han dejado en él el paso de su padre por el infierno, la pérdida de una madre que siguió viviendo en Austchwitz después de la liberación y el espectro infantil de  ese hermano al que nunca conseguirá alcanzar, porque  la muerte lo ha convertido en una imagen ideal en la mente de su padre. El hecho de que Spiegelman eligiera caracterizar a los personajes como animales le da a toda la historia un toque de fábula kafkiana que me parece un gran acierto. El ratón judío representa al animalillo masificado y despreciable, asustadizo, mientras que  el gato nazi es el depredador elegante y cruel, que juguetea con el sufrimiento de sus víctimas y elabora para ellas  complicados ritos de tortura antes de concederles el indulto de la  muerte.



MAUS
ART SPIEGELMAN
296 págs. B/N. 21,90 €
Colección Reservoir Books
Traductor: Cruz Rodríguez Juiz.
Fecha de publicación: 15 de Junio 2007
PREMIO PULITZER 1992
NUEVA TRADUCCIÓN, NUEVO FORMATO Y NUEVA ROTULACIÓN.
Año de edición:2007

miércoles, 13 de agosto de 2008

En la isla se lee...



Una de mis series de televisión favoritas es Lost, a pesar de lo enrevesadilla que se pone a veces, con todos esos giros imprevisibles de guión y pequeños detalles que luego resultan ser importantes para descubrir los  misterios ocultos de una isla donde todos van  vestidos como del Coronel Tapioca y todas se han hecho el láser antes de estrellarse. Hoy me ha hecho gracia uno de los detalles, que tiene que ver con  lo que se lee en  ese Hawai surrealista. El guaperas de Sawyer, sin ir más lejos, aparece varias veces sentado a la bartola con gafas y un libro entre las manos, La invención de Morel de Bioy Casares (1940).  En esta novela, un fugitivo condenado a cadena perpetua va a parar a una isla desierta situada en algún lugar del Pacífico Sur, donde la llegada de un grupo de turistas coincide con un fenómeno inexplicable. Algunas de las webs de fanáticos de Lost que he consultado dicen que se trata de una pista clara del paralelismo entre lo que ocurre en la obra de Bioy y los capítulos de la serie.

El caso es que la novela se convirtió, en una semana, y gracias a tan fugaz aparición televisiva, en uno de los cien libros de literatura fantástica más comprados en Amazon.

(información recogida en http://weblogs.clarin.com)

martes, 12 de agosto de 2008

El pato y la muerte


La forma más sutil y hermosa de explicar lo que parece inexplicable. Una calavera amigable, con pinta de niño de campo de concentración, y, muy importante, del mismo tamaño que el pato con quien comparte unos días conversando, oculta bajo unos guantes sus manos huesudas y  acompaña a su nuevo amigo hasta que cierra los ojos por última vez. Aviso para navegantes generosos: lo acepto como regalo de cumpleaños, que lo leí de pie en Cálamo (perdón, perdón) y aún no lo tengo.
Particularmente, me gusta la estética sencilla del cuento, ese fondo en blanco contra el que se recortan los personajes, la sobria gama de colores empleada en su caracterización y, sobre todo, que se retome una versión amable de la Muerte, conmovida porque a veces no le gusta nada hacer su trabajo. Desde el principio de los tiempos al ser humano le ha resultado balsámico descargar en un concepto vago el peso de su pena al enfrentarse a la pérdida de alguien querido, de ahí la tendencia a rellenar la silueta de esa idea natural del fin de la vida con la figura de un esqueleto insaciable que baila una danza macabra y viene a buscarte a casa cuando te llega la hora. Yo prefiero la imagen de la Muerte enamorada que pintó Manrique en las Coplas a su padre, a Joe Black, a Nacha Guevara en El lado oscuro del corazón y a esta muertecita del álbum de Wolf Erlbruch que parece a punto de echarse a llorar en cualquier momento .

Viva Barbara Fiore.




Título: El pato y la muerte
ISBN 978-84-934811-8-6
Autor e Ilustrador: Wolf Erlbruch
Editorial: Bárbara Fiore
Formato: 24 x 30
Páginas: 32
Encuadernación: Cartoné
Precio: 15,00 €

Los amantes de Todos los Santos


Siempre he sentido  un ligero reparo hacia las cosas que duran más de la cuenta, cosas como el tiempo de espera en una cola de supermercado, una conversación telefónica, los amores de verano que se empeñan en sobrevivir a septiembre, los cuentos largos.  Con frecuencia he preferido a aquellos escritores  que afilaban sus historias hasta dejarlas en el puro hueso y he arrinconado libros que podrían haberse acabado tres o diez páginas antes, si el autor o autora de turno hubiera reunido el valor necesario para hacerlo, en lugar de dejarse arrastrar  por el engañoso juego de seguir contando lo que ya no es preciso. 
Hoy, en cambio, he encontrado un libro construido con cuentos largos, tan densos que casi eran novelas. Se han venido a pasar la noche conmigo. Una noche  de pupilas incandescentes, de fiebre boreal, una noche islandesa como aquella que soñaba Agatha, la protagonista inolvidable del último relato de Juan Gabriel Vásquez. Hoy  querría no haber devorado con tanta fruición Los amantes de Todos los Santos, que   el insignificante ilusionista de La soledad del mago  se hubiera sacado del bolsillo unas cuantas historias más para poder seguir leyendo. En los cuentos de Vásquez la soledad es un fantasma que comparte el lecho de los protagonistas, una esencia embotellada que flota entre las cuatros paredes del piso de esa  viuda que teme a los camioneros, que impregna  la alcoba de la veterinaria que   no soporta presenciar la muerte de un caballo y la cama de matrimonio de una mujer embarazada  que espera tendida de costado la llegada de su amante. La soledad es la vida de la que decide huir durante una jornada de caza el hombre con sombra de buitre, enamorado de la mujer de su mejor amigo, volándose los sesos en compañía de su viejo perro. La soledad para Agatha no es quedarse dormida en la bañera hasta que su sangre tiñe el agua de rojo. Estar sola es más bien  volver a una casa en sombras y encontrar allí el armario de madera del bisabuelo diácono, como un confesionario vacío, como una caja de madera que contiene el cadáver incorrupto de un Dios temible. La compañía, el amor, las noches compartidas, son simulacros, soledades que van dejando en la almohada restos de su maquillaje. Por eso, al leer estas historias, resulta inevitable ponerse del lado de los que cuando amanece deciden perder, y no de aquellos otros que aceptan la farsa. Resulta imposible no admirar a los que no quieren estar más tiempo solos; no entender que, a pesar de que  otros les sobreviven y emprenden rumbo al sur o se resignan a convivir con sus muertos, son  personajes como Xavier o Agatha los únicos que en realidad logran salvarse.

Título: Los amantes de Todos los Santos |
Autor: Juan Gabriel Vázquez |
Editorial: Alfaguara |
Páginas: 224 |
Fecha de publicación: 26/3/2008 |
Género: Relatos |
Precio: 17.00 € |
ISBN: 978-84-204-7356-7|
EAN: 9788420473567|

lunes, 11 de agosto de 2008

Por qué


Sólo porque leo muchos libros que no se quedan conmigo, como los viajeros que ocupan el asiento de al lado en un autocar.  Y porque otros en cambio eligen quedarse, a la manera de una trenza que se deshace, igual que jirones en los que espejea la luz anaranjada de un atardecer. Son esos, la huella de esos, los que me animan a colgar en la pared una estantería,  bautizada con el cuento de terciopelo verde de Cortázar aquel en el que puede verse reflejado cada lector que deja de vivir un poco, o acaso vive un poco más, cuando toma asiento en su sillón orejero favorito y abre con gesto respetuoso el volumen que le espera, silencioso, desde el día anterior.