miércoles, 13 de agosto de 2008

En la isla se lee...



Una de mis series de televisión favoritas es Lost, a pesar de lo enrevesadilla que se pone a veces, con todos esos giros imprevisibles de guión y pequeños detalles que luego resultan ser importantes para descubrir los  misterios ocultos de una isla donde todos van  vestidos como del Coronel Tapioca y todas se han hecho el láser antes de estrellarse. Hoy me ha hecho gracia uno de los detalles, que tiene que ver con  lo que se lee en  ese Hawai surrealista. El guaperas de Sawyer, sin ir más lejos, aparece varias veces sentado a la bartola con gafas y un libro entre las manos, La invención de Morel de Bioy Casares (1940).  En esta novela, un fugitivo condenado a cadena perpetua va a parar a una isla desierta situada en algún lugar del Pacífico Sur, donde la llegada de un grupo de turistas coincide con un fenómeno inexplicable. Algunas de las webs de fanáticos de Lost que he consultado dicen que se trata de una pista clara del paralelismo entre lo que ocurre en la obra de Bioy y los capítulos de la serie.

El caso es que la novela se convirtió, en una semana, y gracias a tan fugaz aparición televisiva, en uno de los cien libros de literatura fantástica más comprados en Amazon.

(información recogida en http://weblogs.clarin.com)

martes, 12 de agosto de 2008

El pato y la muerte


La forma más sutil y hermosa de explicar lo que parece inexplicable. Una calavera amigable, con pinta de niño de campo de concentración, y, muy importante, del mismo tamaño que el pato con quien comparte unos días conversando, oculta bajo unos guantes sus manos huesudas y  acompaña a su nuevo amigo hasta que cierra los ojos por última vez. Aviso para navegantes generosos: lo acepto como regalo de cumpleaños, que lo leí de pie en Cálamo (perdón, perdón) y aún no lo tengo.
Particularmente, me gusta la estética sencilla del cuento, ese fondo en blanco contra el que se recortan los personajes, la sobria gama de colores empleada en su caracterización y, sobre todo, que se retome una versión amable de la Muerte, conmovida porque a veces no le gusta nada hacer su trabajo. Desde el principio de los tiempos al ser humano le ha resultado balsámico descargar en un concepto vago el peso de su pena al enfrentarse a la pérdida de alguien querido, de ahí la tendencia a rellenar la silueta de esa idea natural del fin de la vida con la figura de un esqueleto insaciable que baila una danza macabra y viene a buscarte a casa cuando te llega la hora. Yo prefiero la imagen de la Muerte enamorada que pintó Manrique en las Coplas a su padre, a Joe Black, a Nacha Guevara en El lado oscuro del corazón y a esta muertecita del álbum de Wolf Erlbruch que parece a punto de echarse a llorar en cualquier momento .

Viva Barbara Fiore.




Título: El pato y la muerte
ISBN 978-84-934811-8-6
Autor e Ilustrador: Wolf Erlbruch
Editorial: Bárbara Fiore
Formato: 24 x 30
Páginas: 32
Encuadernación: Cartoné
Precio: 15,00 €

Los amantes de Todos los Santos


Siempre he sentido  un ligero reparo hacia las cosas que duran más de la cuenta, cosas como el tiempo de espera en una cola de supermercado, una conversación telefónica, los amores de verano que se empeñan en sobrevivir a septiembre, los cuentos largos.  Con frecuencia he preferido a aquellos escritores  que afilaban sus historias hasta dejarlas en el puro hueso y he arrinconado libros que podrían haberse acabado tres o diez páginas antes, si el autor o autora de turno hubiera reunido el valor necesario para hacerlo, en lugar de dejarse arrastrar  por el engañoso juego de seguir contando lo que ya no es preciso. 
Hoy, en cambio, he encontrado un libro construido con cuentos largos, tan densos que casi eran novelas. Se han venido a pasar la noche conmigo. Una noche  de pupilas incandescentes, de fiebre boreal, una noche islandesa como aquella que soñaba Agatha, la protagonista inolvidable del último relato de Juan Gabriel Vásquez. Hoy  querría no haber devorado con tanta fruición Los amantes de Todos los Santos, que   el insignificante ilusionista de La soledad del mago  se hubiera sacado del bolsillo unas cuantas historias más para poder seguir leyendo. En los cuentos de Vásquez la soledad es un fantasma que comparte el lecho de los protagonistas, una esencia embotellada que flota entre las cuatros paredes del piso de esa  viuda que teme a los camioneros, que impregna  la alcoba de la veterinaria que   no soporta presenciar la muerte de un caballo y la cama de matrimonio de una mujer embarazada  que espera tendida de costado la llegada de su amante. La soledad es la vida de la que decide huir durante una jornada de caza el hombre con sombra de buitre, enamorado de la mujer de su mejor amigo, volándose los sesos en compañía de su viejo perro. La soledad para Agatha no es quedarse dormida en la bañera hasta que su sangre tiñe el agua de rojo. Estar sola es más bien  volver a una casa en sombras y encontrar allí el armario de madera del bisabuelo diácono, como un confesionario vacío, como una caja de madera que contiene el cadáver incorrupto de un Dios temible. La compañía, el amor, las noches compartidas, son simulacros, soledades que van dejando en la almohada restos de su maquillaje. Por eso, al leer estas historias, resulta inevitable ponerse del lado de los que cuando amanece deciden perder, y no de aquellos otros que aceptan la farsa. Resulta imposible no admirar a los que no quieren estar más tiempo solos; no entender que, a pesar de que  otros les sobreviven y emprenden rumbo al sur o se resignan a convivir con sus muertos, son  personajes como Xavier o Agatha los únicos que en realidad logran salvarse.

Título: Los amantes de Todos los Santos |
Autor: Juan Gabriel Vázquez |
Editorial: Alfaguara |
Páginas: 224 |
Fecha de publicación: 26/3/2008 |
Género: Relatos |
Precio: 17.00 € |
ISBN: 978-84-204-7356-7|
EAN: 9788420473567|

lunes, 11 de agosto de 2008

Por qué


Sólo porque leo muchos libros que no se quedan conmigo, como los viajeros que ocupan el asiento de al lado en un autocar.  Y porque otros en cambio eligen quedarse, a la manera de una trenza que se deshace, igual que jirones en los que espejea la luz anaranjada de un atardecer. Son esos, la huella de esos, los que me animan a colgar en la pared una estantería,  bautizada con el cuento de terciopelo verde de Cortázar aquel en el que puede verse reflejado cada lector que deja de vivir un poco, o acaso vive un poco más, cuando toma asiento en su sillón orejero favorito y abre con gesto respetuoso el volumen que le espera, silencioso, desde el día anterior.